Tras 10 años de trabajo en el campo educativo, en Chiclayo, fui destinado a Pisco, en Perú, al frente de una Parroquia. No terminaba de instalarme en mi nuevo destino misionero cuando me vi envuelto en un contexto de restricciones, confinamiento, miedo e incertidumbre. Veía tan lejana la ciudad de Wuhan y a ese desconocido y letal virus que pensé: «esto pronto pasará». Pero estaba equivocado. El virus llegó y empezó a generar severos estragos.

Después de 15 días de haberse producido el confinamiento social y el anonadamiento por todo lo que pasaba, reaccioné y, venciendo mis propios  temores, junto con los otros misioneros nos dispusimos a improvisar un comedor para asistir con alimentación a los pobres. Muchas veces los pobres habían tocado la puerta de nuestra casa pidiendo alimentos. Era la voz de Dios que nos urgía a hacer algo por ellos.

Comenzamos este proyecto sin tener ni un solo dólar en el bolsillo. Llamamos a nuestros feligreses por las redes sociales a compartir y a expresar su solidaridad con los más pobres de la ciudad. Desde entonces no hemos parado. Pero, dadas las normas complejas de salubridad y seguridad que teníamos que contemplar en la preparación de los alimentos por la pandemia, nos abocamos también a una campaña para acondicionar el espacio del comedor. Se hizo una rifa, con la que recaudamos los fondos económicos para sufragar estos costos. No era fácil encontrar material para la remodelación en medio del confinamiento, porque las tiendas estaban cerradas. Sin embargo este bello proyecto siguió adelante. El improvisado comedor —que, en su pico más alto, durante dos meses, llegó a preparar 400 menús diarios— dio paso a un espacio implementado, grande, seguro, con todo lo básico para brindar un buen servicio y además, equipado con una panadería, la cual pronto empezará a funcionar.

No he dejado de sorprenderme por la gran solidaridad con los pobres de este lugar por parte de la población y algunas instituciones, como FamVin. Desde entonces solo tengo palabras de gratitud a Dios y a quienes se acercan a compartir lo poco o mucho que tienen con los más pobres. No hay día que no nos traigan algo para nuestro comedor. Desde entonces, el rostro del covid-19 es también el rostro de la solidaridad. Este letal virus (que, como el veneno de la serpiente, tiene su lado letal y su lado bueno) ha despertado entre la gente de la comunidad una red de solidaridad. El comedor «Federico Ozanam» es signo visible de las «manos solidarias» de la comunidad de Pisco y del amor de Dios, que ha surgido en medio de la tormenta.

Debo expresar también que la gran solidaridad, que hemos visto en este tiempo de pandemia, no se ha manifestado solamente compartiendo cosas materiales, sino que también a través de la disponibilidad de las manos solidarias de muchas personas que se comprometieron en la preparación de los alimentos y el acercamiento de los mismos a las propias casas o a las calles donde estaban los pobres.

Gracias, FamVin, por ser «manos solidarias» para Chiclayo y para Pisco.

Padre Ricardo Cruz, CM, Perú

Este artículo fue publicado originalmente como parte de la serie «Lecciones aprendidas durante la pandemia» en la web de Famvin.