Roma, Cuaresma 2022

A todos los miembros de la Familia vicenciana

MÍSTICOS DE LA CARIDAD PARA EL SIGLO XXI Y MÁS ALLÁ

Mis queridos hermanos y hermanas,

¡La gracia y la paz de Jesús estén siempre con nosotros!

Después de seis años, mi mandato llega a su fin. Con esta carta de Cuaresma, quisiera sintetizar las reflexiones de Adviento y Cuaresma de los últimos seis años, empezando por mi primer mensaje a la Familia vicenciana con motivo de la fiesta de san Vicente de Paúl en 2016. Fue en esta carta donde, por primera vez, reflexioné con detalle sobre el título de «místico de la Caridad» que se le da a nuestro Fundador. A partir de este título, tan querido para mi corazón, he tratado de descubrir por mí mismo, a la vez que lo comparto con ustedes, lo que ardientemente he anhelado profundizar, es decir, lo que significa convertirse en un «místico de la Caridad».

La búsqueda de estos seis años está lejos de acabar aquí; de hecho, es sólo un comienzo y una llamada a seguir sumergiéndonos en la riqueza y la profundidad de lo que significa convertirse en un «místico de la Caridad». Nos invita a buscar constantemente la unión más profunda posible con Jesús, para llegar a ser como «que los verdaderos misioneros debían ser cartujos en casa y apóstoles fuera»[1], «contemplativo en la acción y apóstol en la oración»[2].

Durante nuestra lectura de la carta de Cuaresma de este año y el estudio de las reflexiones compartidas a lo largo de los últimos seis años, se nos invita a elegir un punto o un ámbito al que nos parece que Jesús nos llama a volver de manera más decidida y radical, por el que sentimos una necesidad particular de su gracia y de su misericordia para que Jesús pueda realizar su sueño sobre nosotros.

El teólogo Karl Rahner, a finales del siglo XX, pronunció estas proféticas palabras: «Los cristianos del siglo XXI serán místicos o no serán cristianos». ¿Por qué podemos decir de san Vicente de Paúl que era un «místico de la Caridad»?

Todos sabemos que Vicente era un hombre de acción, por lo que nos puede sorprender que se le pueda presentar igualmente como un místico. Pero, de hecho, es su experiencia mística de la Trinidad, y en particular de la Encarnación, lo que motivaba todas sus acciones en favor de las personas pobres. Giuseppe Toscani, CM, unía misticismo y acción, e iba al centro de la cuestión llamándole «un místico de la Caridad». Vicente vivió en un siglo de místicos, pero él se reveló como el místico de la Caridad.

Ser un místico implica una experiencia, la experiencia del misterio. Para Vicente, esto significaba una profunda experiencia del misterio del amor de Dios. Sabemos que los misterios de la Trinidad y de la Encarnación estaban en el centro de su vida. La experiencia del amor inclusivo de la Trinidad al mundo y del abrazo incondicional del Verbo encarnado a toda persona humana, ha modelado, condicionado e inflamado su amor al mundo y a todos, más especialmente a los hermanos y hermanas necesitados. Él contemplaba el mundo con los ojos del Padre (Abba) y de Jesús, y acogió a todos con el amor incondicional, el calor y la energía del Espíritu Santo.

El misticismo de Vicente era la fuente de su acción apostólica. El misterio del amor de Dios y el misterio de los pobres eran los dos polos del amor dinámico de Vicente. Pero el camino de Vicente tenía una tercera dimensión que era su manera de considerar el tiempo. El tiempo era el medio a través del cual la Providencia de Dios se le manifestaba. Él actuaba según el tiempo de Dios y no según su propio ritmo. «Hagamos el bien que se presente», aconsejaba. «No adelantarse a la Providencia».

Otro aspecto de la temporalidad en Vicente era la presencia de Dios aquí y ahora «¡Dios está aquí!». Dios está aquí, en el tiempo. Dios está aquí, en las personas, en los acontecimientos, en las circunstancias, en los pobres. Dios nos habla ahora, en ellos y a través de ellos.

Para Vicente, las dimensiones horizontal y vertical de la espiritualidad eran ambas indispensables. Él consideraba que el amor a Cristo y el amor a los pobres eran inseparables. Exhortaba continuamente a sus discípulos no solamente a actuar, sino también a rezar, y no solamente a rezar, sino también a actuar. Frente a una objeción de sus discípulos: «Pero, padre, hay tantas cosas que hacer, tantas tareas en la casa, tantas ocupaciones en la ciudad, en el campo; trabajo por todas partes; ¿habrá que dejarlo todo para no pensar más que en Dios?» Y él respondía con fuerza:

«No, pero hay que santificar esas ocupaciones buscando en ellas a Dios, y hacerlas más por encontrarle a él allí que por verlas hechas. Nuestro Señor quiere que ante todo busquemos su gloria, su reino, su justicia, y para eso que insistamos sobre todo en la vida interior, en la fe, la confianza, el amor, los ejercicios de religión, la oración, la confusión, las humillaciones, los trabajos y las penas, con vistas a Dios, nuestro señor soberano; que le presentemos continuas oblaciones de servicio y de anhelos por ganar reinos para su bondad, gracias para su Iglesia y virtudes para la compañía. Si por fin nos asentamos firmemente en la búsqueda de la gloria de Dios, podemos estar seguros de que lo demás vendrá después»[3].

Podríamos describir a Vicente como un místico «con doble mirada». Dicho de otra manera, él (veía) experimentaba al mismo Dios a través de dos lentes diferentes, y esto, al mismo tiempo. Una de las lentes era su propia oración; la otra era el pobre, así como el mundo en el que éste vivía. Cada punto de vista tenía influencia sobre el otro, cada uno de ellos profundizaba y afinaba la percepción del otro. Vicente «vio» (y sintió) el amor de Dios a través de estos dos prismas a la vez y actuó enérgicamente para responder a lo que veía.

«La Encarnación» es uno de los misterios centrales de la espiritualidad de san Vicente de Paúl. Nos ha dejado los siguientes pensamientos sobre la Encarnación:

«Y porque, según la Bula de fundación de nuestra Congregación, debemos venerar de una manera especialísima los inefables misterios de la Santísima Trinidad y de la Encarnación, procuraremos cumplirlo con el mayor cuidado y de todos los modos que podamos, pero principalmente cumpliendo estas tres cosas: 1. Hacer frecuentemente y en lo íntimo del corazón actos de fe y de religión sobre estos misterios. 2. Ofrecer todos los días en su honor algunas oraciones y buenas obras, y especialmente celebrar sus festividades con solemnidad y con la mayor devoción que nos sea posible. 3. Haciendo todo cuanto esté de nuestra parte para que, por medio de nuestras instrucciones y buenos ejemplos, estos misterios sean conocidos y venerados por todos los pueblos»[4].

La Santísima Trinidad es otro de los principales misterios de la espiritualidad de san Vicente. En las Constituciones de la Congregación de la Misión, podemos leer: «Como testigos y mensajeros del amor de Dios debemos rendir veneración y culto peculiar a los misterios de la Trinidad y de la Encarnación»[5]. Jesús nos ayuda a comprender la relación entre las tres Personas, el vínculo íntimo entre ellas y la influencia de la Trinidad en cada persona individualmente, así como en la sociedad en su conjunto. ¡La Santísima Trinidad es el modelo perfecto de «relaciones»!

El tercer pilar de la espiritualidad de San Vicente es la Eucaristía. En un pasaje sobre los fundamentos de nuestra espiritualidad donde evoca la Encarnación y la Santísima Trinidad, san Vicente sugiere que en la Eucaristía se encuentra todo. Escribe:

«Y porque, para venerar perfectamente estos misterios, no puede darse medio más excelente que el debido culto y el buen uso de la Sagrada Eucaristía, ya la consideremos como sacramento, ya como sacrificio, teniendo en cuenta que contiene en sí como un compendio de los demás misterios de la fe, y que por sí misma santifica y finalmente glorifica las almas de los que celebran como es debido y de los que comulgan dignamente, y de esta manera se da mucha gloria a Dios trino y uno y al Verbo encarnado, por eso en ninguna cosa pondremos tanto empeño como en tributar a este sacramento y sacrificio el culto y honor debidos y en procurar que los demás le tributen el mismo honor y la misma reverencia, y esto procuraremos cumplirlo con el mayor esmero, en especial impidiendo, en cuanto esté de nuestra parte, que se cometa contra él la menor irreverencia, de palabra y obra, y enseñando con diligencia a los demás lo que deben creer acerca de este inefable misterio, y cómo deben venerarle»[6].

A esta intuición de que en la Eucaristía se encuentra todo, se añaden otras palabras proféticas e inspiradoras, procedentes de su experiencia de vida más profunda: «El amor es inventivo hasta el infinito»[7]. Es una de las frases más conocidas de Vicente, él utilizó estas palabras específicas en referencia a la Eucaristía, para tratar de explicar lo que es la Eucaristía, lo que produce la Eucaristía, lo que encontramos en la Eucaristía. La imaginación de Jesús encontró un medio concreto para estar siempre con nosotros, acompañarnos siempre y permanecer con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. ¡Su amor, inventivo hasta el infinito, no cesa de sorprendernos hoy, aquí y ahora!

El cuarto pilar es la Bienaventurada Virgen María.

  1. «Veneraremos también con especial devoción a Maria, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, quien, según palabras de san Vicente, comprendió con más profundidad que todos los creyentes las enseñanzas evangélicas.
  2. Expresaremos de diversas maneras nuestra devoción hacia la Inmaculada Virgen Maria, celebrando con fervor sus fiestas e invocándola a menudo, sobre todo por medio del rosario. Divulgaremos el peculiar mensaje manifestado, por su maternal benevolencia, en la «Sagrada Medalla»[8].

Una de las principales fuentes en las que Vicente bebió como místico de la Caridad era la oración cotidiana. Una de las frases más citadas de san Vicente, sacada de una conferencia dirigida a los miembros de la Congregación de la Misión, expresa con elocuencia la actitud de Vicente:

«Dadme un hombre de oración y será capaz de todo; podrá decir con el santo apóstol: «Puedo todas las cosas en Aquél que me sostiene y me conforta» (Flp 4,13). La congregación de la Misión durará mientras se practique en ella fielmente el ejercicio de la oración, porque la oración es como un reducto inexpugnable, que pondrá a todos los misioneros al abrigo de cualquier clase de ataques»[9].

Vicente hablaba de la oración cotidiana. Él afirmó a sus discípulos:

«Pongamos todos mucho interés en esta práctica de la oración, ya que por ella nos vienen todos los bienes. Si perseveramos en nuestra vocación, es gracias a la oración; si tenemos éxito en nuestras tareas, es gracias a la oración; si no caemos en el pecado, es gracias a la oración, si permanecemos en la caridad, si nos salvamos, todo esto es gracias a Dios y a la oración. Lo mismo que Dios no le niega nada a la oración, tampoco nos concede casi nada sin la oración»[10].

La dirección espiritual: San Vicente habló a menudo de la necesidad de la dirección espiritual. «… la dirección espiritual es muy útil; es un lugar de consejo en las dificultades, de ánimo en los sinsabores, de refugio en las tentaciones, de fuerza en los desánimos; en fin, es una fuente de bienes y consuelos, cuando el director es caritativo, prudente y experimentado»[11].

El objetivo de hablar con un guía espiritual, expresado claramente desde la época de los Padres y de las Madres del desierto, es sencillo: se trata de la pureza de corazón. Así pues, Vicente recomendaba la dirección espiritual al menos varias veces por año[12], en particular durante los ejercicios o los tiempos litúrgicos como la Cuaresma.

El sacramento de la Reconciliación: San Vicente pensaba que la misericordia estaba en el corazón de la Buena Nueva. La describe como «… esa hermosa virtud de la que se ha dicho: «Lo propio de Dios es la misericordia»[13].

Las Constituciones de la Congregación de la Misión nos animan a recurrir a menudo al sacramento de la Reconciliación «a fin de conseguir la conversión continua y la sinceridad de la vocación».[14].

Compartir la fe: Estas Constituciones lo recomiendan[15] e insisten que, en una atmosfera de oración, «en un diálogo fraterno, nos comunicamos mutuamente los frutos de nuestra experiencia espiritual y apostólica». La manera de hacerlo se deja a la comunidad a la que pertenecemos. A Vicente le gustaba que el compartir fuera franco y concreto. Él decía:

«Una buena práctica es llegar a los detalles de las cosas humillantes, cuando la prudencia nos permite que las digamos en voz alta, debido al provecho que de ello se saca, superando la repugnancia que se experimenta al descubrir y manifestar lo que la soberbia querría tener en oculto. El propio san Agustín publicó los pecados secretos de su juventud, componiendo un libro para que todo el mundo conociese todas las impertinencias de sus errores y los excesos de sus desvaríos. Y aquel vaso de elección, san Pablo, aquel gran apóstol que fue arrebatado hasta el cielo, ¿no confesó que había perseguido a la Iglesia? Y lo puso incluso por escrito, para que hasta la consumación de los siglos se supiera que había sido un perseguidor» [16].

Otro fundamento de la espiritualidad vicenciana es la Providencia. San Vicente, confiando totalmente en la Providencia, se convirtió él mismo en Providencia para los demás, para los pobres «Pongámonos en manos de la sabia Providencia de Dios. Siento una devoción especial en seguirla; y la experiencia me hace ver que es ella la que lo ha hecho todo en la compañía y que han sido nuestras disposiciones las que lo han estropeado todo»[17].

Lo que hizo de san Vicente un místico de la Caridad fue el hecho de que la oración estaba en el centro de su vida. Se convierte en una fuerza transformadora. La oración es un estado de ánimo, una relación continua con Jesús. Hablo, escucho y comparto con alguien que es el «Amor» de mi vida y a quien deseo ardientemente parecerme.

«Pues creedme, padres y hermanos míos, es una máxima infalible de Jesucristo, que muchas veces os he recordado de parte suya, que cuando un corazón se vacía de sí mismo, Dios lo llena ; Dios es el que entonces mora y actúa en él; y el deseo de la confusión es el que nos vacía de nosotros mismos; es la humildad, la santa humildad ; entonces no seremos nosotros los que obraremos, sino Dios en nosotros, y todo irá bien»[18].

Los enfermos y las personas mayores: San Vicente habla en varias ocasiones del papel de los enfermos:

«Pero en la Compañía, ¡pobre Compañía!, que no se permita nada especial, ni en la comida, ni en el vestido; exceptúo siempre a los enfermos, ¡pobres enfermos!, para atender a los cuales habría que vender hasta los cálices de la iglesia. Dios me ha dado mucho cariño hacia ellos, y le ruego que dé este mismo espíritu a la Compañía»[19].

«Cuando visitaren a algún enfermo, ya sea en casa, ya fuera, le considerarán, no como a un hombre, sino como al mismo Jesucristo, el cual asegura que a Él se le presta entonces este servicio»[20].

Vicente de Paúl, al convertirse en «místico de la Caridad», comprendió y vivió la relación con los enfermos y ancianos siguiendo el ejemplo de Jesús.

Al principio de esta carta, he escrito que la búsqueda de seis años de lo que significa ser un «místico de la Caridad» estaba lejos de terminar aquí; sigamos ahondando en su riqueza y en su profundidad.

Para no desesperar durante esta peregrinación, recordamos que es Jesús quien nos ha llamado a seguirle en el camino de nuestra vocación. Él permanece siempre con nosotros, al igual que Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, san Vicente de Paúl y todos los demás Santos, Beatos y Siervos de Dios de la Familia vicenciana. ¡Que ellos sigan intercediendo por nosotros!

Su hermano en san Vicente,

Tomaž Mavrič, CM

Notas:

[1] Luis Abelly, La vida del venerable Servidor de Dios Vicente de Paul, 1664, Libro I, capítulo 22, pag. 112.

[2] Constituciones de la Congregación de la Misión, IV, 42.

[3] Sígueme XI/3,430 conferencia 121, «Sobre la búsqueda del Reino de Dios» (Reglas comunes, capítulo II, art. 2), 21 febrero 1659.

[4] Reglas comunes de la Congregación de la Misión, X, 2).

[5] Constituciones de la Congregación de la Misión, IV, 48.

[6] Reglas comunes de la Congregación de la Misión, X, 3

[7] Sígueme XI/3 65; conferencia 21, «Exhortación a un hermano moribundo»,1645.

[8] Constituciones de la Congregación de la Misión, IV, 49.

[9] Vicente de Paúl, Sígueme XI/4, p. 778; Extracto de una conferencia, nº 226, «Sobre la oración».

[10] Sígueme XI/3, 285; Conferencia 91, Repetición de la oración del 10 de agosto de 1657.

[11] (Sígueme III, 572); Carta 1246. El 23 de febrero de 1650, escribía a Sor Juana Lepintre.

[12] Cf. Reglas comunes de la Congregación de la Misión X, 11.

[13] Sígueme XI/3, 253; conferencia 81, Repetición de oración 2 y 3 de noviembre de 1656.

[14] Constituciones de la Congregación de la Misión 45 § 2

[15] Constituciones de la Congregación de la Misión, IV, 46.

[16] Sígueme XI/4, 742-743; conferencia 181 «Sobre la humildad».

[17] Sígueme II, págs. 350-351, C. 709 a Bernardo Codoing

[18] Sígueme XI/3, 207; conferencia 64, «Sobre los sacerdotes» [septiembre de 1655]

[19] Sígueme XI/4, 675; conferencia 143, «Sobre la pobreza», 5 diciembre 1659).

[20] Reglas comunes de la Congregación de la Misión, VI, 2.