Homilía del Padre Ricardo Cruz, CM, embajador de la Alianza, leída el domingo 14 de julio de 2019 en la capilla de San Vicente de Paúl en París durante el encuentro de embajadores.
“Hay que ir a atender a los pobres, como se acude a pagar el fuego” (San Vicente de Paúl)
Estimados hermanos: agradezco a Dios por regalarme la oportunidad de presidir esta eucaristía y compartir esta experiencia de capacitación para promover acciones creativas y sostenibles en favor de los pobres de nuestros pueblos y ciudades. Celebrar esta eucaristía en los lugares donde anduvo, vivió y gastó su vida San Vicente de Paúl es una gran motivación y al mismo tiempo, un gran compromiso.
En el evangelio de hoy el gran protagonista es el samaritano quien es capaz de detenerse y despojarse de sí mismo y asumir riesgos en favor del caído en el camino. El evangelio nos propone como modelo de prójimo a este hombre con mala fama (ser samaritano). Es este hombre quien mira con el corazón y expresa una extraordinaria sensibilidad para hacer suya la situación del desposeído. Los verbos que describen su actuar son extraordinarios: “se acercó, vio, sintió compasión, limpió y vendó las heridas, lo montó en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó…” el samaritano practicó una gran misericordia y una gran solidaridad con un desconocido de quien se hizo cercano. Este texto nos da pie a recordar a San Vicente de Paúl como el gran samaritano de su tiempo, cuyas acciones en favor de los pobres han trascendido el tiempo y las distancias. “San Vicente estuvo siempre en camino, abierto a la búsqueda de Dios y de sí mismo” (Papa Francisco). De él decía el Papa Juan Pablo II lo siguiente:
“San Vicente es un santo moderno. Si hoy volviera, su campo de acción no sería ciertamente el mismo….Pero encontraría con toda seguridad el camino de los pobres, de los nuevos pobres, a través de las concentraciones urbanas de nuestro tiempo, como antaño en las aldeas. Puede uno siquiera imaginar lo que este heraldo de la misericordia y de la ternura de Dios sería capaz de emprender utilizando con acierto todos los medios modernos que tenemos a nuestra disposición…” (Juan Pablo II, carta al Superior General de la CM, 12- V 1981).
Hoy el señor nos pide mostrar las mismas actitudes y gestos resueltos en favor de los “invisibles” y caídos del camino.
El evangelio es también una llamada de atención para revisar con sinceridad nuestras acciones en favor de los pobres de hoy; es una llamada para mirarnos a la luz del comportamiento del levita y del sacerdote. Ellos actuaron de espaldas a una realidad. Dieron muchos rodeos para no mirar, para no actuar y para no comprometerse con el caído. Tanto el uno como el otro conocían muy bien la Ley, sin embargo, su actuar revela que habían perdido la esencia de su misión. El texto pone en evidencia las pobres actitudes de ambos personajes. Han olvidado y han trivializado su capacidad ver y de amar al prójimo, tal como lo dice la Ley. Ambos están viviendo una religiosidad vacía, deshumanizada, desvinculada de la realidad y poca solidaria. Es que comprometerse e involucrarse tiene sus riesgos. Muchas veces nos quita la tranquilidad, nos genera estrés, preocupación, etc. En ese sentido, el evangelio es una invitación a mirar con el corazón y actuar gastándonos, involucrándonos, a no evadir los problemas, sino a ser inventivos hasta el infinito.
Por otro lado, la pregunta del maestro de la Ley por saber quién es el prójimo (LC 10, 25-37) nos da pie a decir algo sobre los pobres: para los vicentinos, el prójimo caído en el camino, es el pobre. El caído del camino encarna a todos a los pobres de cualquier lugar, campo o ciudad. Ellos tienen una historia, una identidad, pero sobre todo, una realidad y un destino poco amigable porque la sociedad los ha hecho “invisibles”, los ha empobrecido. Hay que decir que ellos viven un doble deterioro:
Deterioro físico: es la destrucción corporal. Su tiempo de vida es mucho más corto, puesto que no puede satisfacer las necesidades básicas.
Deterioro existencial: es la imposibilidad de los pobres de sentirse personas, de ser reconocidos, amados. Esto les impide sentirse dueños de sí mismos y, por ende, viven creyendo que no valen.
Jesús nos invita a visibilizar a los caídos. A detenernos sin rodeos para atender sus necesidades. El templo es importante, pero el hombre lo es más. San Vicente decía que habría que vender los cálices si fuera necesario para ayudar a los pobre. En ese sentido, hay que detenerse como el samaritano para recuperar el sentido de la caridad, la fraternidad y el amor al prójimo. Este evangelio es una llamada de atención: ¡cuidado con el cristianismo de rodeos! Los prójimos de hoy en el marco del trabajo de Famvin Homeless Alliance son los sin techo, los migrantes, los pobres, los invisibles de la sociedad.
Finalmente, quiero hacer notar la pregunta del maestro de Ley: ¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna? Es una pregunta central para el discípulo de Jesús. Pero más que la pregunta lo es más, la respuesta de Jesús: ¿Qué está escrito en la ley?, ¿Qué lees en ella? Nuestro destino final se juega en nuestra respuesta: en amar a Dios, al prójimo, como a uno mismo. “Al final de la vida se nos evaluará de una sola cosa, de cuánto hemos amado”. (San Juan De la Cruz). Para los vicentinos esta respuesta se traduce en la Caridad y la Misión.
Padre Ricardo Cruz Humán CM, embajador de la FHA en Perú