El cambio climático es uno de los mayores problemas que enfrenta la humanidad. A medida que aumentan las temperaturas globales, los efectos devastadores, como el impacto del aumento del nivel del mar y de las sequías significan que grandes extensiones de la tierra se están volviendo rápidamente inhabitables. La ONU[1] estima de que más de 20 millones de personas cada año (en promedio) se ven obligadas a abandonar sus hogares como resultado de eventos climáticos extremos. El cambio climático no solo hará que más personas se queden sin hogar, sino que aquellos que ya no tienen hogar serán particularmente vulnerables al impacto.
Lamentablemente, ya hay numerosos casos de comunidades que se han visto desplazadas debido a fenómenos meteorológicos extremos. Por ejemplo, el ciclón Idai desplazó a más de 128,000 personas en Mozambique, Zimbabue y Malawi en el 2019, lo que provocó una enorme crisis humanitaria. En el 2022, Pakistán vio graves inundaciones debido a las fuertes lluvias y al derretimiento de los glaciares. Esto dio lugar a que más de 2.1 millones de personas se quedaran sin hogar. Las personas que han sido desplazadas enfrentan más riesgos cuando se les proporciona un refugio de emergencia inadecuado, o si la densidad de población en las áreas menos afectadas aumenta repentinamente, los recursos esenciales se vuelven limitados y los alquileres pueden dispararse.
Las personas que ya no tienen hogar, como las que viven en la calle, enfrentan mayores impactos del cambio climático, ya que, como población, ya tienen más probabilidades de experimentar condiciones de salud crónicas. Las temperaturas extremas significan un impacto más significativo en su salud inmediata, cuando las personas no pueden acceder a un refugio adecuado. Por ejemplo, las altas temperaturas exponen a un mayor riesgo de sufrir un golpe de calor y deshidratación, y los inviernos inusualmente fríos aumentan el riesgo de la hipotermia.
¿Cuáles son las soluciones a esta crisis mundial? La ayuda de emergencia proporcionada a las personas desplazadas debe ser de alta calidad, para reducir el riesgo de mayores dificultades y apoyarlas reconstruyendo sus vidas. Se requieren más alojamientos para las personas sin hogar, pero estos deben construirse con estándares que los hagan resistentes al cambio climático futuro, y de una manera que no contribuya más a las emisiones de carbono. Un brillante ejemplo de este enfoque se puede ver en el proyecto de vivienda sostenible «Ecohood» en Los Ángeles, EE. UU.: se han construido microhogares con energía solar y otras características de rendimiento energético que sean asequibles y puedan albergar rápidamente a quienes lo necesitan. A nivel local y nacional, también podemos abogar por la adopción de procedimientos para proteger a las personas sin hogar durante el clima severo, así como por políticas más ecológicas en general.
Con respecto al papel de la Familia Vicentina, la FHA trabaja para identificar soluciones creativas que enfrentan todo tipo de sinhogarismo, incluso a través de su Campaña “13 Casas”. Por ejemplo, el proyecto De Paul House en Nueva Zelanda, miembro de la Campaña, se expandió a las zonas rurales del norte de Auckland en el 2019 para proporcionar vivienda a los trabajadores migrantes que enfrentan desafíos relacionados con el clima, entre otras dificultades. La familia vicentina puede sensibilizar más ampliamente sobre la compleja relación entre el sinhogarismo y el cambio climático, como dijo el Papa Francisco en Laudato Si’: “No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental”. Todos deberíamos iniciar conversaciones sobre intentar limitar el impacto de nuestro propio trabajo en el medioambiente y ver qué podemos hacer para apoyar a las comunidades que corren un riesgo desproporcionado del cambio climático.
Por Laura Hillier