La Misión de la Familia Vicenciana en Ucrania
Esperanza y resiliencia en tiempos de guerra
En Ucrania vivimos el tercer año de guerra. Durante el primer año, la gente experimentó el deseo de ayudar y la confianza de que el conflicto pronto terminaría. Sin embargo, con el paso del tiempo, la situación ha cambiado: ahora una aterradora inseguridad se cuela en nuestra vida cotidiana, acompañándonos constantemente.
Kiev disfruta de una buena defensa aérea, lo que es una fuente de consuelo para muchos. Sin embargo, las partículas explosivas de los drones dañan edificios residenciales y causan muchas víctimas. Desde diciembre pasado, la ciudad ha sido blanco de sirenas y ataques masivos con misiles. Cuando nos despertamos en la noche a causa de las explosiones, nos apresuramos a rezar el rosario, poniendo en oración nuestra incertidumbre, poniendo nuestra fe en las manos del Señor. Estamos consagrados a Dios y vivimos esta consagración incluso en tiempos de guerra. Este es nuestro espacio para servir, dar, orar, recibir gracia y responder a ella.
Como miembros de la Familia Vicentina, también presentes en Ucrania, sentimos aún más fuertemente nuestra misión de participar en la misión de la Iglesia y de nuestra pequeña Congregación de las Hermanas de María de la Medalla Milagrosa. Intentamos ser la voz de quienes sufren, de quienes han perdido sus hogares, de quienes soportan todo tipo de dolores y de quienes están heridos a causa de la guerra. Traemos la «buena nueva» de consolación, dando fuerza a las personas para afrontar las dificultades y seguir viviendo.
Inmediatamente después de que los territorios alrededor de Kiev fueron liberados del control ruso, comenzamos a visitar las aldeas que habían sufrido bajo la ocupación. Encontramos familias que habían perdido sus hogares y, poco a poco, nos dimos cuenta de que podíamos ayudarlos a reconstruir comprando materiales de construcción. Este servicio existe desde hace dos años. Durante este periodo hemos ayudado a 30 familias a conseguir vivienda. Nuestra presencia es «una ligera brisa de consuelo» que les ayuda a levantarse, actuar y recuperar la confianza.
Me gustaría compartir algunas historias que Dios nos ha permitido presenciar.
Historias de resiliencia
Micola permaneció solo en el pueblo durante la ocupación rusa, mientras su esposa, su hija y su nieto recién nacido huían hacia la frontera. Su casa fue destruida. Una vez finalizada la ocupación, Micola instaló un pequeño espacio habitable. Cuando su familia regresó, se adaptaron a vivir en una pequeña cocina. En su desesperación, Micola empezó a beber, pero gracias al aliento de sus compañeros del pueblo y a nuestra ayuda, encontró el valor para construir una nueva casa. Hoy Micola ha dejado de beber y está redescubriendo nuevas posibilidades en la vida.
Vitali reparó carros antes de la guerra. Durante la ocupación, él y su familia se escondieron en un pequeño sótano. Los ocupantes quemaron todo: casa, garaje, carros. Tras su regreso, los vecinos los acogieron. La nueva casa está casi terminada, pero todavía quedan muchas obras internas por completar. Vitali y su familia esperan poder volver a vivir en su casa.
Valentina es una joven abuela que vivía con su hija y su nieta. Su casa, prácticamente construida con sus propias manos, quedó destruida. Después de verse obligada a vivir en un apartamento alquilado en Bucha, Valentina deseaba volver a su pueblo. Gracias a nuestra ayuda con los materiales de construcción, la comunidad comenzó inmediatamente las obras. Ahora, donde hubo casas quemadas, se están levantando otras nuevas
El alcalde a menudo elogia a sus habitantes, comparándolos con «abejas ocupadas». Es conmovedor ver cómo el pueblo, a pesar de las atrocidades de la ocupación, vive con gratitud y alegría. Ayudar no es fácil y aceptar ayuda también puede resultar difícil. La presencia del buen Dios nos guía sobre cómo y cuándo acercarnos a las personas. Estamos verdaderamente incluidos en una red de amor y solidaridad divina que une a muchos corazones misericordiosos. En este tiempo de guerra, nuestra misión es clara: ser una luz de esperanza y consuelo para los necesitados, apoyados en nuestra fe y la fuerza de la comunidad.
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