Me llamo Flore y soy de una familia humilde de Costa de Marfil. Cuando tenía 17 años, mi vida cambió. Mi madre murió durante la guerra civil de 2002 e inicié entonces un viaje que me ha llevado lejos de todo y de todos.
Tras su fallecimiento, la vida se hizo muy difícil para mí y mis hermanos. Apenas conseguía sobrevivir y terminé perdiendo el contacto con ellos.
Fue entonces, en 2004, cuando conocí al hombre que se convirtió en el padre de mis hijos. Al nacer mi primer hijo, empezó un auténtico calvario a su lado. Me violaba, me golpeaba, me castigaba, sin olvidar las amenazas de muerte. Cada día se hacía más y más difícil para mí; no estaba a salvo y no tenía a dónde ir, pues me prohibía dejarlo bajo amenaza de muerte. Nuestros vecinos intervinieron, pero él no escuchaba a nadie. Por mi parte, tenía miedo de denunciarlo a la policía por estas amenazas de muerte y por temor a no poder ver a mi hijo.
En esta situación de violencia, tuve mi segundo hijo. Esperaba que su llegada representara una tregua, pero la violencia, las amenazas de muerte y los insultos se multiplicaban. Llegué a desmayarme y yo también empecé a golpear a los niños. Lloraba lágrimas de sangre, pero me quedaba sin ningún apoyo y nuestras vidas corrían peligro.
Un día, tomé la decisión de denunciarlo a una asociación de derechos humanos, pero me dijeron que no podía hacer nada contra el padre de mis hijos, a pesar de conocerlo por su violencia, porque tenía muchas relaciones con las autoridades de mi país.
Finalmente, con la ayuda de un funcionario de una organización regional, pude salir de Costa de Marfil hacia Marruecos. Un viaje que me llevó varios días. Mientras tanto, él seguía amenazándome con obligarme a volver y me prohibió ver a mis hijos. Pasado un tiempo, comprendí que Marruecos tampoco me garantizaba ninguna protección ante su voluntad de matarme y sus acciones maléficas. Por este miedo, decidí cruzar el mar e ir a España
Allí, por la gracia de Dios, me encontré con la Familia Vicenciana. Me han dado una nueva vida, alegría, amor, seguridad, así como capacitación, trabajo, un hogar y una infinidad de pequeñas ayudas. Ahora soy cocinera en la casa de acogida para personas refugiadas que gestiona la Asociación Familia Vicenciana y que forma parte de la Campaña “13 Casas”.
Ahora vivo con cierta comodidad, ya estoy en la segunda fase de la solicitud de asilo. Gracias a la Familia Vicenciana, tengo permiso de residencia y de trabajo, pero no consigo dormir en paz. Él sigue amenazándome a través de mis hijos. Los sacó de la escuela, los golpea violentamente y me impide comunicarme con ellos. A pesar de todo, lo intento a través de un benefactor. Sigo necesitando ayuda para mis hijos, pues al irme, dejé atrás una parte de mí y mientras no estén conmigo, seguiré muriendo un poco cada día.
Estoy muy agradecida a Dios por el apoyo de la Familia Vicentina. Rezo por tantas mujeres que huyen de situaciones parecidas. Y sigo esperando que, un día, mis hijos estén conmigo, a salvo de su violencia, sus amenazas y su maldad.
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