Como casi cada viernes, desde hace seis años, Ramona llegó borracha repartiendo abrazos y besos a sus amigos/as (con su aliento a ron o droga barata y su delgado cuerpecito). Siempre hay un/a voluntario/a esperando por ella en el patio del colegio parroquial San Pedro Apóstol, para escucharle pacientemente, y acompañarle amorosamente. Es una lucha hacerla comer algo o que tome alguna pieza de ropa para ella, porque siempre se lleva la comida o la ropa para sus hijos adultos o su exmarido, quienes la maltratan. Cuando se le pregunta a Ramona por qué ella no deja de pensar en ellos, siempre evade con alguna historia de su vida pasada cuando era una prostituta famosa en la zona o de las personas VIP que conoció durante ese tiempo o de sus minuciosos gustos gastronómicos o el significativo “son mis hijos”. A ella no le gusta hablar en profundidad de sus razones, así que cambiamos el tema y nos concentramos en los abrazos y los besos, que le sientan mejor.

Hace más de ocho años que un grupo de jóvenes adultos que desembocaban de diferentes pastorales juveniles de la Arquidiócesis de Santo Domingo nos reunimos con curiosidad entorno a la experiencia de la comunidad de San Egidio con la inquietud de seguir indagando entorno a su ser y quehacer como cristianos/as. Empezamos con un encuentro semanal de oración y compartir de la Palabra. Pero, años después y luego de ser testigos de la experiencia comunitaria de San Egidio en Cuba y de la Pastoral de la Calle en Brasil, entendimos que nuestra respuesta de fe giraba alrededor de la Amistad con la persona en situación de calle.

Sabiendo que, en nuestro país, República Dominicana, la indigencia está normalizada y las personas que viven en esta condición son marginadas e invisibilizadas, empezamos una acción comunitaria para dar respuesta Evangélica a esta situación.

El germen de la Palabra y la Cena compartidas

Vivaracho y cantador, llegó Luisito, animando desde su borrachera al grupo que se congregaba en el patio para compartir la Palabra y la cena. Como siempre, sus canciones “mundanas” suscitaban el aplauso de muchos/as y la queja de otros/as. Pero así es Luisito cuando llega borracho, diametralmente opuesto al Luisito serio que llega cuando le agarra la sobriedad. A Luisito se le quiere como es. Nos ha confesado, en alguna ocasión que aun no necesitando la cena, le gusta ir donde nosotros/as porque se siente querido. Lo dice callado. Y, como él, lo han dicho muchos/as otros/as.

Un sencillo gesto de cuatro jóvenes de compartir una cena caliente cada viernes, con algunos/as indigentes de la zona de la parroquia San Pedro Apóstol, se volvió una ola que atrajo a otros/as jóvenes adultos/as en búsqueda de compartir sus vidas en un servicio significativo. Con esta acogida del proyecto de Pastoral de Calle, se pudo ampliar el servicio y, ya no era solo en ese parque de Villa Consuelo o a los ancianos que vivían hacinados en soledad en la zona parroquial, sino que salimos a “caminar por las periferias”, tarde en la noche, por el casco histórico de la Ciudad Colonial y sus alrededores, buscando compartir con las personas en situación de calle de estas zonas. El servicio de la cena y la Palabra compartida de cada viernes del año (casi de manera permanente), pasó de acoger 40 personas de Villa Consuelo y Zona Colonial, a atender, hoy día, alrededor de 140 almas (incluso de otros barrios marginales) que, más que alimento del cuerpo, buscan el buen trato, la atención, la escucha, el cariño, la comprensión, LA AMISTAD, de los/as voluntarios/as que abrazamos este espacio de servicio.

La Pastoral de Calle no recibe subvención alguna, se sostiene de corazones generosos, incluyendo el de los/as voluntarios/as que donan lo material (sea comida o ropa). Ha habido viernes de incertidumbre, sin saber de donde saldría la comida, pero la provisión Divina nunca nos abandona y, como panes y peces multiplicados, la cena ha dado para todos/as.

Compartiendo comida en las calles de Santo Domingo

 

Algo más que la Cena y la Palabra

Juan era un anciano enfermo que vivía deambulando por las calles de la ciudad haciendo lo que fuera para sobrevivir. A Juan, un buen día, se le convenció de recibir atenciones e ir a vivir a un asilo de unas religiosas que abrieron sus puertas a la causa. Allí él recibió cuidados médicos, alimentación y cariño. Siempre que se podía le visitábamos, en especial Griny, una voluntaria que se hizo su amiga fiel. Fue una amistad poderosa que transformó, no solo la vida de Juan, sino también la de Griny. Lamentablemente, Juan no vivió mucho en este “paraíso”, pero no murió en la calle ante la indiferencia de la sociedad, murió querido por sus amigos/as.

A través de estos años, al margen del gesto del compartir la cena y la Palabra y entablar amistad con ellos/as, se ha podido extender el servicio en casos de extrema urgencia o viendo oportunidad de transformar alguna vida. Se ha podido acompañar algunos amigos ancianos para mejorar su situación de vida colocándoles en asilos o procurando atenciones médicas urgentes; o se ha podido apoyar en la promoción laboral de algunos jóvenes que, con voluntad, han querido abandonar esta vida (y sus adicciones) para garantizar un mejor futuro para ellos.

El sueño es poder hacer más como grupo que ha ido madurando. Ya son seis años ininterrumpidos de esta acción y es el deseo de que esta etapa germine un proyecto más amplio de atención y promoción de nuestros/as hermanos/as en situación de calle en la ciudad de Santo Domingo, República Dominicana.

Una Amistad muy especial

“Murió Darío, se calló de un puente” –quizá lo empujaron- Un viernes nos echaron ese balde de agua fría. Quienes le conocíamos desde que se iniciara el servicio en el 2013 estábamos en shock. Nuestro amigo Darío, el travieso del grupo, murió trágicamente en las calles donde, desde hace quien sabe cuántos años, deambulaba exiliado de su familia por sus adicciones y quien sabe cuántas historias más. Pero Darío era nuestro amigo, tal como era, imperfecto: a veces mentiroso y tramposo (cuando comía doble) a veces cariñoso y especial (cuando nos brindaba su sonrisa y sus bromas). Le echamos de más cada viernes. Ya no es igual.

Personalmente, como vicentina, me siento identificada con este apostolado, no solo por el servicio corporal de compartir el alimento o, incluso, por el gesto evangélico de compartir la Palabra, sino por el encuentro humanizante de la Amistad sincera que nace de este espacio. La relación con nuestros/as amigos/as en situación de calle no es de mero apostolado/servicio o acción social solidaria, trasciende a un compartir la vida. Nuestros/as amigos/as tienen nombre, no nos interesan sus inequidades o sus errores o sus pasados (o trágico presente) nos interesan ellos/as como personas, sus dignidades. En ellos/as nos encontramos con Jesucristo y, con ese ser humano soñado por Dios que existe ahí dentro.

En este espacio se cultiva una Amistad muy especial con las personas en situación de calle, basada en el respeto y la confianza, donde conectamos con las personas, sus almas, sus necesidades, sus esperanzas, sus dificultades, sus debilidades, su Humanidad; donde nuestras almas, nuestras necesidades, nuestras esperanzas, nuestras dificultades, nuestras debilidades y nuestra Humanidad, encuentran el eco en ellos/as. Una Amistad muy especial donde existe la equidad; donde todos/as somos iguales; donde se procura la no discriminación por raza, nacionalidad, condiciones físicas, económicas, políticas, religiosas o ideológicas; donde no hay prejuicios por ser adicto/a o prostituta o ladrón/a; donde se promueve al ser humano y su dignidad y el amor que Dios nos dispensa cada día, y su Misericordia.

Muchas historias he escuchado, muchas vidas sostenidas en trágicos eventos, mucha miseria de todo tipo -pero, ¿quién escapa de la miseria humana? – y, aún en ellos/as, hay vitalidad, esperanza, alegría y AMOR, mucho amor para compartir, mucho amor que recibir.

Diarios Vicencianos analiza algunas de las experiencias más personales de los/as vicentinos/as que trabajan con personas sin hogar, residentes de barrios marginales y refugiados/as. Arrojan luz sobre los momentos que nos inspiraron, las situaciones que nos dejaron boquiabiertos y conmocionados, y las personas que se cruzaron en nuestros caminos y nos mostraron que se aún debe hacer más.

Lo que los conecta es el compromiso vicentino con los más pobres entre los pobres, y la esperanza de que, como Familia, todavía podemos hacer más.

 

 

Gina Paredes, embajadora voluntaria de la FHA en República Dominicana