«Ella lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón». (Lucas 2, 7)

Después del arduo viaje a Belén, montados en un asno, María y José llegaron exhaustos, buscando desesperadamente refugio. Desafortunadamente, no había ningún lugar disponible para recibirlos, excepto un pesebre, un humilde recordatorio del milagroso nacimiento del niño Jesús.

Esta es la historia del peregrinaje de Angélica y su familia en Venezuela en busca de un refugio seguro al que llamar hogar. Puerta tras puerta se les cerró, hasta que la familia de Angélica finalmente encuentra la paz en un nuevo hogar, donde la esperanza es la última en desvanecerse.

 

 

Una puerta abierta: un nuevo hogar

 

Todavía recuerdo cuando estaba embarazada y necesitaba desesperadamente un lugar para mi bebé. Terminamos en una casa pequeña porque era el único lugar que podíamos encontrar justo cuando más lo necesitábamos. El estado de nuestro país, tanto económica como políticamente, no nos dejó otra opción que aceptar esas condiciones difíciles e inquietantes.

Durante los últimos ocho años, ser maestra no ha sido suficiente para mantener a mi familia. Ha sido un desafío llegar a fin de mes con el salario que recibo. Incluso ahora, se necesitan múltiples fuentes de ingresos para satisfacer nuestras necesidades más básicas. Nuestro negocio agrícola se vio afectado porque la gente no compraba tanto y los precios bajaron mucho. Obtener suficiente diésel y gasolina se convirtió en un gran problema para nosotros y significó que teníamos aún menos ingresos. Ese dinero era crucial para cuidar de nuestra familia y me sentí abrumada cuando me encontré por primera vez en esta situación desafiante. Además de esto, nuestra pequeña casa comenzó a resquebrajarse y desmoronarse y la idea de terminar en la calle con mis hijos me llenaba de pavor.

Cada día, a medida que la situación de nuestro país empeoraba, también empeoraba nuestro hogar. Las plagas entraron por las rendijas y los niños enfermaron a causa del frío y la humedad. La imposibilidad de brindar un hogar digno a mi familia me llenaba de tristeza, y la noche me traía ansiedad, temiendo que nuestra casa se derrumbara a nuestro alrededor.

Empezamos a tocar puerta tras puerta, pidiendo ayuda dondequiera que pudiéramos. La desesperación era indescriptible, pero cada vez las respuestas fueron esquivas. La tristeza mezclada con la ira y la esperanza se alternaban en mi corazón mientras buscaba un hogar.

Vivir en una casa en ruinas planteó innumerables desafíos. Los terremotos y las fuertes lluvias fueron especialmente desalentadores porque pusieron en peligro nuestras vidas. La habitación de los niños estaba húmeda por todas partes, por lo que mis hijos estaban enfermos todo el tiempo. Nuestra cocina tenía agujeros en las paredes que permitían la entrada de insectos. Nos sentíamos inseguros en nuestra propia casa; fue una lucha diaria.

Sin embargo, un día se nos abrió una puerta, gracias al apoyo de la Campaña “13 Casas” y de las Hijas de la Caridad que nos apoyaron para conseguir un nuevo hogar.

Ni siquiera puedo expresar nuestra alegría con palabras: el orgullo que sentimos cuando otros vieron el cambio en nuestras vidas fue inconmensurable. Un hogar digno me devolvió la confianza, la alegría y la esperanza, no sólo para mí sino para toda mi familia. Fortaleció mi fe en Dios, sabiendo que, a través de Él, este proyecto se hizo realidad.

La esperanza, anclada en la fe y la oración, nos acompañó siempre. Creímos que nuestra vida mejoraría y oramos por el éxito del proyecto. Llamamos a muchas puertas, a menudo nos encontramos con desilusiones, pero nos mantuvimos firmes en nuestra fe. Finalmente, llegó a nuestras vidas un ángel que hizo posible nuestra paz, felicidad y seguridad. Estamos agradecidos con Dios y con todos aquellos que nos ayudaron a hacer realidad nuestro sueño de tener un hogar. Cuando oímos hablar del proyecto por primera vez, parecía demasiado bueno para ser verdad. Pero nuestra fe y esperanza en Dios nos ayudaron a salir adelante y cuando vimos que todo se hizo realidad, sentimos una inmensa felicidad y gratitud hacia quienes lo hicieron posible.

Al mirar hacia el futuro, veo una vida llena de felicidad y unidad. Nuestra fe en Dios sigue siendo nuestra piedra angular, porque con Él todo es posible. Nuestro futuro ahora es más digno, más fuerte y está lleno de esperanza para mi familia. Veo seguridad y mis aspiraciones son seguir trabajando por mis sueños, mis metas y el bienestar de mi familia. Seguiré luchando por los sueños que compartimos como individuos, siempre con Dios guiando el camino.

Para aquellos que experimentan dificultades similares o para aquellos que intentan comprender las realidades de las personas en tales situaciones, quiero compartir algunas palabras de sabiduría. En primer lugar, nunca perdamos la esperanza, porque es un pilar fundamental de nuestro viaje. Seguir adelante, persistir, tocar puertas repetidamente, perseverar, orar y dar gracias, porque estas son las claves para alcanzar nuestras metas diarias. Mantén la calma, sabiendo que todo sucede a su debido tiempo y confía en que Dios nunca nos pone pruebas que no podamos superar. Mi querida amiga, Sor Yolanda Zambrano, una vez me dijo que orara con fervor y fe, y ahí encontrarás las respuestas. No pierdas la fe en Dios, porque todavía hay personas a quienes Dios usa para ayudar a los necesitados.